Mis conversaciones con Alejandro Aravena me dejaron pensando sobre la relación entre las virtudes de negocio y las de trascendencia. Las virtudes de negocio son las que se escriben en tu curriculum, contribuyen al mercado laboral y se traducen en éxito económico. Las de trascendencia son más profundas. Son las que se hablan en tu funeral, las que existen al centro de tu ser; ¿qué legado dejas? ¿a quién ayudaste? ¿cómo mejoraste al mundo?
La mayor parte de nosotros diría que las virtudes de trascendencia son más importantes que las de negocio, pero la realidad es que pasamos la mayor parte del tiempo concentrados en el éxito económico y el mundo de los logros profesionales.
En mi reflexión sobre el tema me topé con el libro de “El camino hacia el carácter” de David Brooks. El cita un libro de Joseph Soloveitchik de los 60’s en donde se describe perfectamente este fenómeno ambivalente. De acuerdo al texto, en la naturaleza del ser humano hay dos realidades, las cuales bautiza como Adán I y Adán II.
Adán I es el orientado al éxito profesional. Es ambicioso, social y quiere lograr victorias y reconocimientos. Adán II es nuestro ser interno. Busca amar profundamente, sacrificarse en servicio a los demás y vivir alineado a una verdad suprema. Mientras que Adán I quiere conquistar al mundo, Adán II busca su llamado para servirlo. Mientras que Adán I es creativo y presume sus logros personales, Adán II renuncia al protagonismo por un propósito.
Soloveitchik argumenta que nuestra vida es una eterna confrontación de estas dos personas. Lo difícil de esta pelea radica en que estos dos personajes viven en diferentes lógicas. Adán I vive la lógica utilitaria. Esfuerzo se traduce en recompensa. La práctica hace al maestro. Maximiza el valor económico de tu tiempo. Impresiona al mundo. Adán II vive la lógica inversa: una lógica moral. Tienes que dar para recibir. El fracaso nos lleva al mayor éxito que es humildad y aprendizaje. Para encontrarte a ti mismo, te debes confrontar.
El tema es que vivimos en una sociedad que nos obliga a enfocarnos en Adán I. Esto es muy peligroso, especialmente para quienes se dedican a la labor de desarrollo inmobiliario. Si solamente Adán I está creando ciudades, las ciudades serán espacios eficientes y rentables, pero egoístas y desalmados. La labor del desarrollador inmobiliario está en el centro del compromiso social, tanto por los espacios que estamos generando como la riqueza que nuestros inmuebles transmiten. Tenemos que fortalecer a Adán II.
Un desarrollador inmobiliario impulsado por Adán II es aquél que desarrolla para dejar un legado a la ciudad. Genera beneficio social Y económico. Trabaja con un propósito tan claro y concreto como sus metas financieras.
Hagamos una pausa y permitamos que Adán II ponga su mano en cada proyecto que desarrollemos.