Todos quienes laboramos en el ramo inmobiliario debemos tener algo de etnógrafos urbanos. Entender cómo vive nuestra comunidad, qué está cambiando en la mecánica de vida y cómo hacer nuestros espacios mejores para atender esa realidad.

Hoy encontré una de esas señales débiles que me hizo pensar en cómo debemos de plantear nuestros productos inmobiliarios. En una reunión social de fin de semana (ningún evento especial) noté cómo un amigo sacaba 3 o 4 imágenes al momento de buscar el recuerdo del día. Después de tener la imagen ideal, el archivo pasó por una aplicación de filtros en un par de celulares y hasta un re-filtrado cuando lo subieron a redes sociales. La imagen que finalmente quedo “posteada” no parecía nada a la realidad. Era como una reinterpretación digital de un momento que más que valer como recuerdo, se proyectaba como referencia social digna de presumirse.

Justo después de ver esa imagen en mi Facebook personal aparecieron un par de imágenes publicitarias de desarrollos que sigo. En ese momento, el golpe fue crítico: las imágenes de los proyectos no tenían ese surrealismo idealista de nuestras imágenes del fin de semana. Pecaban de simples, naturales y monótonas. ¿Dónde quedó el filtro de surrealismo del desarrollador? Porque si en un fin de semana cualquiera nos damos el tiempo de llevar nuestra vida a la posteridad, un proyecto donde proyectamos una vida debería hacerlo aún más…

Y fue así como inicié esta publicación. Primero, como un llamado a mi equipo creativo para que acentúe una vida digna de Instagram en cada proyecto que asesoremos. Y finalmente, para incentivar a renderistas, arquitectos y marketeros de nuestro ramo a ser más congruentes con la realidad que vivimos todos los días.
Hagamos productos inmobiliarios dignos de postearse.